Los días pasan,
uno encima del otro.
La noche se confunde con la oscuridad,
la ansiedad con la templanza,
el agua con el vino,
las lágrimas con la esperanza.
Nada llega, porque nada anda.
La sombra de una pared hastiada choca con otra,
mientras la luz victoriosa, entra y sale,
nos derrota.
La privacidad nos recuerda que sólo yace en la carne,
entre las orejas, en un cámara de eco incansable.
Ahí, nace una idea siendo una gota,
al poco tiempo es una tormenta
y, esta noche, una balsa rota.
El silencio se ha convertido en un lujo
que por escaso provoca suicidios de gatos
y extingue espantos.
Donde había golpes,
hoy hay costras
que no se alcanzan a secar
porque de nuevo la sangre brota.
La violencia del engaño
de la pertenencia y de la sangre:
arde, como nunca… arde.
Los segundos son de pólvora,
la menor fricción y una bala se dispara a quema ropa.
Escondidas en los susurros se resguardan bombas
que si por aire yerran las coordenadas dan luz a un cráter,
creando un después y un antes.
Sobrevivir la vida,
racionarla, pausarla,
dejar que exista, soltarla.
Controlarle la sed y el hambre.
Ayunarla con otros,
desbordarla en otros,
existirla desde otros,
olvidarla por otros.
Sobrevivir, sobrevivir, sobrevivir…
Como se pueda.
Recuerda: como se pueda.