En un segundo, la noche se instala.
Al tiempo que se siembra,
florece y se enraíza.
Extendida, se vierte,
entre tus arterias,
en cada conducto que cargas.
En el epicentro: un hueco.
Cruzándolo, una ancla,
pesada, que se hunde y te arrastra.
El tiempo desaparece.
En donde debería de haber un presente,
hay mil pasados sin futuro que duelen;
que se aferran a tus raíces
más nuevas y las hieren.
El cuerpo pierde fuerza,
y de a poco, se duerme.
La carne ya no es carne,
los huesos están secos.
Te ocupa la oscuridad eterna
de lo que por no existir se muere.
No hay, no es, no nada.
Hoy no,
quizá mañana.
Hoy no,
ojalá mañana.