Así. De pronto,
uno se ve las esquinas
y las descubre rotas.
Las lágrimas
son fisuras,
no gotas.
Entre los dientes
se remuerden las espinas,
que se encajan,
que nos derrotan.
Respirar,
¿cuánto?,
¿cómo?
Cuando uno se rompe,
no hay espacio, ni tiempo.
Hay, en todo caso,
una grieta viva,
que nos mira y se conmueve,
que nos inunda en dolor,
que -irónicamente- nos devuelve a la vida.