Jorge recorre cada mañana el metro en busca de Juan.
Cada día apaga el despertador a la misma hora, enciende el baño y comienza a cantar.
Si el jabón o la esponja piden una canción adicional, él es incapaz de negarse, prefiere entonces abandonar la idea de peinarse: otro día quizá.
A las 6.30 am sale de casa, con o sin desodorante, con o sin desayuno, para Jorge las 6.30 am son toque de queda.
Camina o corre alrededor de 20 min para llegar a la estación, no a la más cercana, sino a la de Juan.
Al llegar, camina el andén entero, no sea que Juan esté de espaldas, traiga una chamarra nueva o cansado haya decidido sentarse. Para Jorge, cada persona, una oportunidad.
La verdad sea dicha, Juan nunca llega a tiempo, no es mala fe, es la vida… su vida, la que no lo deja estar ni aquí, ni allá.
Jorge espera, paciente.
Se detiene, mira el reloj y camina, se detiene… es como si con cada latido el mundo estuviera por cambiar.
La hora límite para el encuentro son las 7.15 am, estirando la tolerancia: 7.20 am.
Hace una semana fue a las 7.30 am, el viernes: 7.40 am, el lunes: 7.50 am y desde el martes da lo mismo: Juan no está.
Jorge que poco o nada oculta a sus ojos: camina ausente. Quizá y entonces, sin buscarlo lo encuentre.
Ojalá esté solo.
Ojalá…
Metro Revolución / 08:00 am